Bisglicinato de magnesio. Esta forma está quelada a la glicina, un aminoácido que facilita su paso a la sangre y, sobre todo, su entrada en las neuronas y el tejido muscular. Por su altísima biodisponibilidad y su efecto prácticamente nulo sobre el tránsito intestinal, el bisglicinato es la opción más recomendable para personas con estómagos sensibles, cuadros de estrés, ansiedad o problemas de sueño. Al actuar suavemente sobre el sistema nervioso, ayuda a relajar la musculatura, favorece el descanso nocturno y reduce la irritabilidad sin provocar diarrea ni molestias digestivas.
Citrato de magnesio. Obtenido al unir magnesio con ácido cítrico, se absorbe bien y resulta ligeramente acidificante, lo que favorece la función hepática y la producción de energía (ATP) dentro de las células. También contribuye a la salud ósea porque, al mantener un pH fisiológico adecuado, facilita la fijación del calcio en el hueso. Por esta razón, el citrato se elige con frecuencia cuando se busca un empuje general al metabolismo, un soporte para la vitalidad diaria y un aliado en casos de hígado graso o digestiones pesadas.
Sulfato de magnesio. Conocido popularmente como “sales de Epsom”, esta forma aporta azufre, un mineral clave en los procesos de detoxificación hepática y producción de glutatión (el antioxidante maestro del cuerpo). El sulfato actúa como suave depurativo, ayudando al organismo a eliminar metabolitos y toxinas; además, resulta útil en problemas de piel y en protocolos de limpieza intestinal supervisados. Por su perfil, suele combinarse con otros tipos más biodisponibles para ofrecer un efecto drenante y antioxidante sin saturar el intestino.